sábado, 18 de abril de 2015

El día ilimitado

Una ventana para las infinitas posibilidades de contacto con Dios.
Todo parecía perdido cuando le tatuaron el número 119.104 en su piel. Viktor Frankl, médico y psiquiatra austríaco de origen judío, conoció por dentro los horrores de Auschwitz y de otros campos de concentración del régimen nazi. Separado de su familia, destituido de su profesión, deshonrado en su dignidad humana, recibió un número como si fuera un objeto cualquiera. Obligado a realizar trabajos forzados y teniendo una alimentación mínima, conoció el significado de la expresión “harapo humano”.
Al final de guerra fue liberado, y entonces Frankl emocionó a millones de personas al revelar que ni la crueldad de sus carceleros ni mucho menos los muros fueron capaces de aprisionar su fe. La creencia en un propósito superior lo ayudó a conservar dentro sí un sentido para la vida cuando nada tenía el menor sentido.
Manifestó que las personas que cultivaron la sensibilidad espiritual y emocional soportaron mejor aquella trágica experiencia que otros de constitución física más robusta. “Justamente para esas personas permanece abierta la posibilidad de retirarse de aquel terrible ambiente para refugiarse en un dominio de libertad espiritual”, afirmó.
Viktor Frankl sobrevivió a la maldad llevada a límites indescriptibles. Muchos no regresaron. Y aun dentro de ese grupo, él conoció a algunos que escogieron el camino del amor en medio del odio.

Tal vez no hayas enfrentado una situación extrema. Pero las pequeñas tragedias del diario vivir y las desilusiones de una rutina que parece no tener ningún propósito, son capaces de llevar a muchas personas a desear la abreviación de la propia existencia. Lo cual es siempre la peor elección.
Hay momentos de gran dolor y ocasiones en las cuales las heridas están aún abiertas. No se pueden negar. Es imposible barrerlas debajo de la alfombra. En esos momentos, la salida más sabia es colocar la vida, que es transitoria, en la perspectiva de lo que es eterno. Los ojos humanos solamente logran vislumbrar la verdadera dimensión y el propósito de la vida con los anteojos divinos.
Lamentablemente, la visión espiritual debilitada puede aprisionar a las personas de grandes habilidades y talentos en la celda obscura de la desesperanza. Sin embargo, no es necesario que sea siempre así. La misión de Jesucristo también te alcanza a ti, hoy mismo. Él dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor” (S. Lucas 4:18, 19).

Las palabras de Cristo no son solamente un bonito discurso. Ellas inauguraron su ministerio en la tierra marcado por acciones poderosas. Estas palabras fueron pronunciadas en una reunión religiosa realizada en un día sábado (S. Lucas 4:16). El sábado fue un día especial elegido por Jesús para transformar la vida de las personas con su toque restaurador. Por eso, este es el día de la renovación espiritual.
Un hombre, paralítico desde hacía 38 años, estaba en el suelo aguardando un milagro. Fue en un sábado cuando Cristo, atendiendo al deseo del enfermo, le ordenó que se levantara, recogiera la estera donde había estado acostado durante su largo infortunio y caminara hacia una vida de nuevas posibilidades (S. Juan 5:1-9). Un ciego de nacimiento también comenzó a distinguir el brillo del sol y la belleza de la vida cuando recibió el toque de Cristo en un día sábado (S. Juan 9:1-41). Estos son tan solo dos ejemplos del día que Cristo escogió para darle el correcto enfoque al mandamiento bíblico: “Acuérdate del sábado para consagrarlo” (Éxodo 20:8).
Acordarse del sábado es no olvidarse del Creador que santificó ese día xodo 20:11). También es acordarse de que ese Creador no está lejos. Él toca nuestra existencia, señala el sentido y libera la vida humana de su realidad limitada hacia las infinitas posibilidades de un encuentro con el Eterno.–Guilherme Silva.




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