jueves, 2 de octubre de 2014

Tiempo para ti

Cómo restaurar el equilibrio emocional.
Si las últimas décadas se caracterizaron por las victorias de la medicina sobre muchas enfermedades del cuerpo, el desafío del siglo XXI es ayudar a la humanidad a no entrar en un colapso emocional. No se trata solamente de los disturbios serios, que necesitan un tratamiento profesional con terapias y medicamentos, sino del equilibrio emocional del diario vivir. Vale la pena recordar que la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad, es tener bienestar total.
Los especialistas hablan de varios enemigos de la salud emocional, entre ellos la ansiedad y la culpa. Los síntomas pueden percibirse en el padre que pierde el sueño por causa del riesgo del desempleo; en la mujer que vive la presión de combinar el trabajo fuera de la casa con el papel de madre; o en el adolescente que, bombardeado por la propaganda, cree que su valor se mide por la marca de su ropa. Lo peor de la ansiedad es que nos ata al futuro. Coloca la felicidad como algo a ser alcanzado, pero que no está disponible en este momento. Crea un sentimiento de constante insatisfacción, mal humor e intolerancia. Hace que las incertidumbres del mañana nos roben la paz de hoy.

La culpa, a su vez, nos amarra al pasado. Su peso puede ser sentido por los padres que perdieron un hijo por causa de las drogas; por el joven, en otro tiempo ingrato, que ahora toca el ataúd de su madre; o por el marido que carga en sus espaldas la destrucción de su hogar por una aventura amorosa. La culpa que no se resuelve agota las fuerzas. Absorbe todo lo que hay de bueno en nosotros. Se ríe de nuestros sueños de libertad y regeneración, tirando en la cara del culpable una deuda impagable. Genera angustia y depresión. Puede matar.
El problema es moderno, pero la solución de Dios es muy antigua: “No se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas” (S. Mateo 6:34). El consejo es simple y práctico, porque él, en el versículo anterior, promete suplir todas las necesidades de aquellos que lo busquen (vers. 33). Si dudas, mira las aves, que no piden socorro ni hacen nada para merecer que se las auxilie, pero aun así reciben ayuda (vers. 26). El texto incluso dice que es inútil que el hombre se angustie en relación con lo que no puede cambiar, pues lo que está más allá de nosotros debemos confiárselo a Dios (vers. 27). Para los ansiosos, Dios puede quebrar las cadenas que los amarran al futuro.

Con relación a la culpa, algunos psicólogos dirían que el Cristianismo es la religión que más oprime al hombre. Es cierto que una errónea comprensión del carácter divino convirtió la fe en un fardo insoportable. Algunos llegaron a considerar la voz del Diablo más dulce que la de Dios. Pero no es ese el retrato que pinta la Biblia: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (S. Mateo 11:28). El Dios bíblico concede una paz interior que va más allá de todo entendimiento, porque no proviene de las movilizaciones contra la violencia o los acuerdos de cese del fuego, sino de un toque de Aquel que conoce el alma humana. Él es especialista en arrojar las culpas en el fondo del mar y borrar un pasado perturbador.
Consciente del desequilibrio del hombre moderno, Dios proveyó un día por semana para celebrar la libertad emocional. El sábado es el símbolo del cuidado y del perdón de Dios. Del cuidado, por que se acepta el desafío de quedar lejos de las preocupaciones diarias durante 24 horas. Las cuentas y los compromisos no dejan de existir, pero la responsabilidad se comparte con Dios. Fue esa la experiencia del pueblo de Israel en el desierto. Todos los viernes caía maná (pan del Cielo) en doble cantidad, a fin de que el sábado descansaran en la providencia divina (Éxodo 16).
El séptimo día también es el antídoto para la culpa, pues es un regalo, así como el perdón de Dios. Durante el sábado, se nos invita a descansar, no solo físicamente, sino también de nuestros miedos y traumas. Es el abrazo del Padre para el hijo acosado y lastimado. Es un mensaje del Cielo, en el presente, de que es posible vivir libres del pasado y no temerle al futuro.

Wendel Lima.




El ritmo de la vida

Al respetarlo, gozamos de mejor salud y bienestar.
No hay duda de que vivimos en un mundo vertiginoso. Las exigencias laborales y personales nos han empujado a correr de aquí para allá, tratando de coordinar horarios, satisfacer agendas recargadas y cumplir con compromisos familiares.
Más allá de las consecuencias obvias relacionadas con el estrés y los cambios de humor, el cuerpo es el que termina pagando la cuenta. Los médicos informan un creciente número de casos de agotamiento físico e insomnio, que desencadenan otras enfermedades más serias, como afecciones cardíacas, diabetes o, incluso, cáncer. “Quemar la vela por las dos puntas” termina siendo una metáfora de la vida alocada que llevamos. ¿Cómo evitar que el tiempo y la salud se nos escurran como arena entre los dedos?
La clave está en no permitir que las circunstancias externas nos marquen el ritmo, y así podremos comenzar a respetar los ritmos internos de la vida. Una de las características más notables de los seres vivos es que están sujetos a biorritmos; es decir, a oscilaciones periódicas de sus funciones vitales. Cada día se producen oscilaciones rítmicas, como la que rige nuestros períodos de sueño/vigilia o la secreción de hormonas como los corticoides, que alcanzan su máximo a las diez de la mañana.
Pero, además de estos biorritmos circadianos, hay otro más extenso. El Dr. Franz Halberg, de la Universidad de Minnesota, científico conocido como el “padre de la cronobiología”, fue el primero en acuñar el concepto de ritmo “circaseptano”, de siete días.
Las investigaciones han descubierto diferentes condiciones en las que los humanos tienen períodos de ascensos y descensos durante este ciclo de siete días. Estos períodos incluyen el ritmo cardíaco, la presión arterial, la temperatura corporal, la temperatura en las mamas, la química y el volumen de la orina, la proporción entre dos importantes neurotransmisores como la norepinefrina y la epinefrina, y el flujo de diferentes químicos corporales como la hormona cortisol, que es la responsable del manejo del estrés. Incluso, un simple resfrío es circaseptano.
Algunos cronobiólogos consideran que este biorritmo –el del séptimo día– puede revelar que el organismo necesita cierta pausa como un estímulo para continuar viviendo.
Pero ¿por qué un período de siete días? El ritmo circadiano de 24 horas es más lógico, porque se guía por los fenómenos astronómicos. Para conocer las razones de este ciclo de siete días, debemos remontarnos a los orígenes del hombre. La Biblia dice que Dios creó al mundo y todo lo que en él hay en seis días y, “al llegar el séptimo día, Dios descansó porque había terminado la obra que había emprendido” (Génesis 2:1).
Dios no solo estableció este período, sino también dejó instrucciones para que el ser humano respetara este ciclo circaseptano de seis días de trabajo, descansando el séptimo día, el sábado: “Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios” (Éxodo 20:9, 10).
Pensando en nuestra felicidad, Dios creó este ciclo de actividad y reposo, porque “el sábado se hizo para el hombre” y su bienestar, dijo Jesucristo (S. Marcos 2:27). Respetar tanto el ciclo de descanso diario como el semanal hará que renueves tus fuerzas físicas, porque Dios desea que “goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3 S. Juan 1).
Dios tiene en alta estima nuestro cuerpo: “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo?” (1 Corintios 6:19). Por lo tanto, nos ha regalado la bendición del descanso sabático, para renovar nuestras fuerzas físicas, mentales y espirituales.
Si cumplimos su mandato y observamos el descanso sabático, esta es la promesa: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29).


Marcos G. Blanco.


Un remedio seguro para el estrés.
Era una “máquina de trabajar”. Pasaba en su empresa largas horas al día. Y, como ansioso e hiperactivo empresario, desde hacía un tiempo se sentía cansado y estresado. Por la noche le costaba dormir, y durante el día lo dominaba su obsesión laboral. Era natural, entonces, que sintiera sus fuerzas menguadas y su ánimo caído.
El hombre fue a consultar a su médico.
–Me siento cansado y abatido –le confesó al doctor–; no puedo manejar mi trabajo como antes. Y eso me perturba. Necesito recuperar mi energía y mi buen ánimo…
Luego de escuchar atentamente el relato del paciente, el médico le dijo sin vacilación:
–Usted está abusando de su salud. Debe reducir sus horas de trabajo. ¡Tómese un día para descansar!
–Es que no puedo, doctor; mi fábrica no puede detenerse.
–Quizá su fábrica no pueda parar –repuso el médico–, pero usted deberá hacer un alto si quiere volver a sentirse bien.
–Pero ¿cuándo?, ¿qué día? –preguntó intrigado el hombre.
–Un día completo por semana –respondió el médico–. Descanse el día que Dios estableció para el reposo semanal, y luego veamos los resultados…
Con cierta desconfianza, el hombre hizo la prueba. Y, para su sorpresa, a las pocas semanas disminuyó su estrés y mejoró su estado de ánimo. El médico consultado, cristiano como era, no había hecho más que recetarle a su paciente el antiguo precepto divino de trabajar seis días a la semana y descansar el séptimo, es decir, el sábado (ver Éxodo 20:8-11).

Por nuestro bien integral
El ciclo semanal de siete días es un verdadero ordenador de la vida. Nos mueve a la acción del trabajo digno y provechoso. Pero, a la vez, nos reserva el séptimo día de la semana para el descanso físico, emocional y espiritual que tanto necesitamos a fin de combatir las tensiones y aliviar nuestras cargas.
¿Quién mejor que nuestro Creador para decirnos cómo debemos vivir? Y, si él estableció un día especial de la semana para la recuperación de nuestras fuerzas, es porque allí hay una importante fuente de bienestar, paz y fortaleza para nuestra vida.
Por eso, “Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó, porque en ese día descansó de toda su obra creadora” (Génesis 2:3, énfasis agregado). En primer lugar, Dios “bendijo” este día séptimo, o sábado, con una bendición que no colocó sobre ningún otro día de la semana; luego, el Creador “santificó”, hizo sagrado, este día particular de la semana; y, finalmente, el Señor “descansó” en ese primer sábado, no porque estuviera cansado, sino para darnos el ejemplo.
¡Cuántas personas de nuestro tiempo se desgastan por su trabajo excesivo, las preocupaciones y las ambiciones! Sus nervios están tensos, y hasta sus relaciones personales están alteradas. ¿Qué necesitan estas personas? Paz para su corazón atribulado, alegría para su sinsabor interior y descanso para su cuerpo fatigado. Estos tres atributos –paz, alegría y descanso–, en su grado máximo, son dones del Altísimo.
¿Sientes, por momentos, que el estrés te oprime, o que la carga de la vida te agobia? Dios te dice: “No te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa” (Isaías 41:10, énfasis agregado). Y, junto con esta alentadora promesa de amor, el Creador nos recuerda: “Tengo un regalo de bendición y felicidad para tu vida. Es el sábado, el día de reposo que he apartado para ti. Acéptalo, y disfruta de él”.
El médico cristiano de nuestro relato inicial tenía razón: el descanso en el verdadero día del Señor es una enorme bendición. Alivia el cansancio del cuerpo, promueve la paz del alma, contribuye al equilibrio mental y favorece la buena relación familiar. ¿Notas cómo el sábado es uno de los mayores beneficios que Dios nos ha dado para nuestro bien integral?

-Enrique Chaij



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